Jue. Dic 18th, 2025

En la última década el mezcal (y, en menor medida, el tequila artesanal) dejó de ser una curiosidad hipster para convertirse en una fuerza cultural que reordena calles y esquinas: pequeñas mezcalerías, tasting rooms y proyectos curatoriales han proliferado en colonias que no vivían de la vida nocturna y hoy atraen a vecinos, gastrónomos y visitantes curiosos. Este fenómeno no sólo implica bares nuevos: implica trazos de identidad —menús que recuperan platillos regionales, vendedores locales que ganan clientes y espacios históricos que se reactivan— y una forma distinta de hacer turismo urbano, más lenta y atenta. (Fuentes: reseñas y notas sobre locales emergentes en CDMX).

En San Rafael, por ejemplo, el movimiento se siente en locales de “barrio” que respetan la escala del vecindario: Estudio Mezcal es quizá el caso más citado de los últimos meses. Instalado en una antigua casa/estudio, el lugar mezcla una carta de mezcales regionales con coctelería de autor y una oferta gastronómica pensada para compartir; su narrativa —de espacio fotográfico a mezcalerío de barrio— es ejemplar de cómo estos proyectos se integran a la trama urbana sin desplazar la identidad local. Si buscas una experiencia que combine conversación, descubrimiento y platillos para picar, Estudio Mezcal es la referencia en San Rafael.

La colonia Juárez vive una dinámica similar pero con otra estética: casas antiguas y edificios restaurados se prestan para proyectos más contenidos y curados, como tasting rooms con colecciones de etiquetas artesanales y catas guiadas. Apotheca de Mezcal, por ejemplo, propone una experiencia más íntima y curatoral: el diseño remite a materiales y colores que evocan las regiones mezcaleras y la oferta incluye catas y explicaciones sobre orígenes y procesos, algo que atrae tanto a conocedores como a quienes están aprendiendo. Estos espacios colaboran además con importadores y productores independientes para traer lotes raros que no siempre aparecen en bares más comerciales.

Aparte de mezcalerías puntuales, han surgido tasting rooms y experiencias itinerantes que actúan como puentes entre productores y consumidores urbanos: desde sesiones de cata temáticas hasta “pop-ups” que ocupan salones o tiendas por unos días. Plataformas que organizan experiencias de degustación han ayudado a descentralizar el consumo —ya no es necesario ir a Polanco o Condesa para probar mezcales de Guerrero, Durango u Oaxaca— y esto ha dado pie a rutas de barrio que combinan mezcal con tacos, panadería o librerías cercanas.

¿Por qué estas mezcalerías reactivan barrios? Hay tres factores que se repiten: la autenticidad curada (selecciones de lotes y explicaciones sobre su procedencia), la escala humana (espacios pequeños que invitan a quedarse) y la vinculación con productores (collabs, eventos y ventas directas). Eso crea economía local: mesas ocupadas implican más afluencia a comercios vecinos, y la demanda por quesos, tortillas o botanitas artesanales beneficia pequeños proveedores. Además, la narrativa del mezcal —apoyo a comunidades mezcaleras, artesanía, trazabilidad— encaja con audiencias urbanas que buscan consumo con propósito. (Lecturas y guías sobre mezcalerías en CDMX y experiencias de cata).

Una ruta breve y práctica para quien quiera explorar (sugerencia estilo mapeo): comienza por San Rafael para probar la vibra de mezcalerías de barrio (Estudio Mezcal), transita hacia Juárez para experiencias más curatoriales (Apotheca y salones privados), y complementa con tasting rooms y pop-ups en Roma/Condesa donde con frecuencia se programan catas temáticas y presentaciones de productores. En cada parada busca preguntar por el origen del agave, el método de producción (alambique, tahona, crianza) y si el lugar ofrece botanas o platillos tradicionales: la experiencia se potencia cuando el trago viene acompañado de contexto y de comida que dialogue con el destilado.

Advertencias y notas críticas: este renacimiento trae consigo riesgos que conviene vigilar. Primero, la gentrificación: cuando la oferta gastronómica y de bebida sube precios y atrae clientela foránea, puede tensionar al comercio tradicional. Segundo, la autenticidad aparente: no todos los locales que venden “mezcal” trabajan con productores éticos o trazables; preguntar y buscar información es una práctica que beneficia al consumidor y a los proyectos responsables. Tercero, la sostenibilidad del agave: el aumento de demanda por destilados artesanales pone presión sobre prácticas agrícolas; apoyar marcas con prácticas regenerativas o cooperativas ayuda a mitigar impactos. (Análisis general del sector de bebidas artesanales y consejos de consumo responsable).

Para cerrar: la expansión de mezcalerías y tasting rooms ha transformado calles y esquinas en micro-destinos culturales. Colonias como San Rafael y Juárez muestran que el renacer urbano puede venir de proyectos modestos, bien hechos y conectados con su cadena productiva: no se trata sólo de beber, sino de aprender, reconocer oficios y, en el mejor de los casos, repartir beneficios. Si vas a explorar esta nueva geografía del mezcal en la ciudad, ve con curiosidad, pregunta por el origen y aprovecha para maridar cada trago con un bocado local: así contribuyes a que el barrio —y no solo un bar— sea el protagonista.

por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *